ANNA-LOUISE TAYLOR
Cada quien tiene una bebida favorita. ¿Pero qué nos hace
preferirlas? ¿Están nuestros hábitos en materia de bebidas siendo manipulados
en forma inconsciente?
Beber es uno de esos pequeños placeres de la vida, una
expresión de lo que deseamos, de nuestra libertad. Un poquito de abandono en
una copa. Claramente valoramos nuestro derecho a beber algo que nos gusta. Es
la razón por la que la Ley Seca fracasó en forma espectacular en Estados
Unidos.
Pero me he enterado de algo que podría quedarse atorado en
nuestras gargantas colectivas: las bebidas que elegimos generalmente no son, de
hecho, de nuestra elección. Aún peor, a veces somos manipulados constante e
inconscientemente para que bebamos algo que otro quiere que bebamos.
Éstas no son habladurías de borracho. Es una conclusión que
se ha estado destilando en un número de fríos y sobrios estudios científicos
sobre lo que influye sobre nuestro comportamiento en materia de bebidas.
Paleta de colores
Tales estudios muestran que nuestras decisiones son
influenciadas en forma subconsciente por todo, desde el color de una bebida,
hasta su nombre, el precio y el ambiente del bar en que la consumimos.
Incluso la forma del vaso en que la cerveza o el vino son
servidos influye en la velocidad con que bebemos. Y la industria del alcohol
juega con estos factores. Al hacerlo, juega con nosotros, dejándonos mareados
en el proceso.
A primera vista, es difícil entender cómo puede
deslumbrarnos el color de una bebida. La ginebra es transparente, la cerveza es
color ámbar, el vino tinto es rojo. La evidencia está a la vista.
Pero el color de una bebida afecta la percepción que tenemos
sobre su capacidad para aplacar la sed, según un estudio publicado en la
revista especializada Food Quality and Preference Journal. Y esto, a la vez,
puede cambiar según el vaso en que la contiene.
Para probarlo, los investigadores sirvieron bebidas en vasos
de distintos colores. Cuando se pidió a un grupo de sujetos que escogieran su
preferido, un número significativo optó por vasos azules o verdes. Los colores
"fríos" fueron considerados más efectivos para satisfacer un cuerpo
sediento.
Esto explica por qué muchas de las mezclas baratas conocidas
como "alco-pops" son azules o verde brillante.
Hasta el hecho de que el nombre de la bebida incluya un
color, como "coctel pájaro azul" o "azul eléctrico", nos
atrae.
Nuestra percepción del sabor también se ve afectada por un
tema de tonos. Esperamos sabores diferenciados de frutas de colores, como el
tomate en un bloody mary.
Más caro, ¿mejor?
El precio es otro elemento que podría estarnos jugando una
trastada a la hora de elegir qué beber.
Mientras más cara cuesta una bebida, más se elevan nuestras
expectativas. Parece natural: si pagamos más por una champaña esperamos que
sepa mejor.
Pero la investigación científica muestra que esto no siempre
es así. Un estudio de la Universidad de Stanford y el Instituto de Tecnología
de California (aparecido en la publicación National Academy of Sciences)
concluyó que nuestra apreciación de una botella de vino se ve afectada
directamente por cuán costoso nos dicen que es, más que por su precio real.
Así, tendemos a creer que el vino caro es mejor, sin
importar si en verdad lo es. Eso nos deja vulnerables a la explotación.
No sólo serían quienes fabrican bebidas alcohólicas los que
estarían jugando un poco con nosotros, sino también aquéllos que nos las
sirven.
La forma de un vaso de cerveza influye en la velocidad en
que la tomamos, según una investigación realizada por la Universidad de
Bristol.
Un vaso curvado dificulta percibir cuánto líquido queda
adentro, así como darse cuenta de cuándo se ha tomado más de la mitad. En
consecuencia, bebemos más rápido.
Otro estudio encontró que los vasos cortos y anchos
producían un efecto similar. Con éstos es más difícil juzgar el volumen, así
que servimos más en ellos que cuando usamos copas delgadas y altas.
Del mismo modo, complica controlar el ritmo de bebida. De
hecho, hace que uno se pregunte quién está marcando ese ritmo, si uno o quien
fabricó o sirvió el vaso.
También bebemos lo que oímos
Pero los "manejos" de nuestro amigo el barman no
terminan allí. Algunos locales lucen descuidados, apenas un montón de mesas y
sillas desperdigadas anárquicamente, y nos encantan por su
"carácter". Otros responden a un diseño cuidadoso, con paredes
pintadas de cierta manera, videos y música.
Suele no tratarse de una casualidad, porque el ambiente de los
sitios donde bebemos afecta cómo bebemos. Dueños y diseñadores lo saben.
Un estudio publicado en la revista Food Quality and
Preference mostró que tocar música latina impulsa inconscientemente a la gente
a escoger bebidas que "suenan" latinas, como piña colada, margarita o
cerveza.
Los bares que parecen "fríos", por ejemplo,
gracias a un video de un iceberg proyectado en la pared o a muebles azules, nos
hacen optar por bebidas calientes, como café, té o chocolate.
Prácticamente no hay escape. Beber en casa, lejos de estas
influencias ubicuas y penetrantes, implica ir al supermercado o licorería por
nuestra bebida favorita.
Los dueños de las tiendas colocan el alcohol
estratégicamente en las estanterías para llamar nuestra atención y limitar
nuestras opciones.
"Se ha convertido algo común la venta de vino junto a
comidas de microondas o en los refrigeradores de comidas listas para
llevar", dice una organización británica dedicada a enfermedades del
hígado, British Liver Trust, en un informe sobre alcohol.
"Esto envía un mensaje subliminal al trabajador ocupado
o al comprador en el sentido de que podría -y que de hecho es normal- consumir
alcohol con la comida. 'Vamos, has tenido un día duro, lo mereces', dice",
señala el informe.
Según el centro que monitorea el mercado de alcohol en
Europa, la manipulación ahora se está extendiendo a los niños.
Fabricantes de bebidas están añadiendo sabores alcohólicos a
comidas destinadas a menores de 18 años.
La idea es que se familiaricen con el sabor. Y al asociar
así marcas con gustos, los fabricantes crean lealtad hacia marcas de alcohol
mucho antes de que se hayan iniciado en el campo de la bebida.
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